Había en mi pueblo cierto río que le llamaban -Guadalete-
por el poco caudal, pasaba danzando;
era por allí sólo un riachuelo, casi parado, a los lados
con chopos, tarajes, adelfas y llorones.
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Por su lecho pedregoso y alcalino,
cantando bajaba su contento, alimentando las salinas
y regando grandes y pequeños huertos;
dando vida a la vega y ventas viejas y nuevas.
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Pero te taponaron y te convirtieron en presa,
y tú, en rebeldía, te tragaste, la carretera, olivares,
las salinas y ventas nuevas;
y del sopor en un lago hasta el nervio le durmió.
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Duerme -dicen- en el ancho espacio
que acumuló aquel inofensivo riachuelo;
aquel hilo de agua, precario en verano
pero generoso y bravo en invierno.
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Hoy esta estabilizado como un gran pantano que se llama:
presa del -Gastor-Zahara-
navegable por pequeñas y medianas barcas,
con pequeños arrecifes y pesca anfibia.
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¿Sera que hoy el Guadalete, como lago latifundio que es:
falso vacío de alma, puede ser como alma de caña?
dar el alma que lo mira lo que da el cañaveral
y contentar a gastoreños y a la gente de Zahara?.
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¿En su mentido desierto aún le late el pensamiento
y se acuerda de las salinas y sus huertos.
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