Quién de tu colorete, vino tinto bebé,
quién tiene la osadía de arrimar los labios
a esa copa, termina en el fondo
como me pasó a mí cierto día.
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Tú que con tu aroma adormeces los sentidos
riegas la aridez del hombre,
mas con tu hacer se estremece y cae hasta el más noble;
y se revuelve entre tormentas y huracanes.
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Viertes la botella con todo su líquido
sobre la copa donde adormeces al beodo;
y la luz que tamiza el cristal,
ya no la ve.
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Viertes la danza del orgulloso forastero
intermitente en el refugio que en el fondo
se ha creado, de la noche loca de sus sueños
y doblega sus suspiros al pan con queso...
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Y piensas: si alguna vez bebiste tan intensamente,
ya ni lo recuerdas ni te interesa...
fue, como el recuerdo que en el borde gime;
arde tan lejos que ya lo creo y lo olvidó.
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Pensándolo bien: ¿no sería una extraña forma
de ahogar algún mal amor?
¿No sería acaso el deseo que fuera otra persona
la que allí estuviera ardiendo en los aromas
del instante bajo tu presencia...?
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