Cuando Caonabo tocaba el violín
las nube otoñal se desmenuzaba en plumas;
por los cielos de Quisqueya,
cruzan parvadas de aves migratorias...
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De grullas, calandrias, zorzales y alondras,
Caonabo cierra los ojos y se concentra
en la música, porque la música es una dulce ceguera;
un lago de aguas serenas y azules.
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Atraídas por su melodía bajan las siete damas
de la princesa taína: -Anacaona-
a recoger la flor del toronjil,
que crece primorosa entre los juncos del río Bonao.
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Y Caonabo las recibe en la aurora encantado,
dedicándole un solo de violín a estos siete luceros;
maravillado, y de las aguas donde la luna
se peina, la toma y se la entrega.
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La música de Caonabo que en las aguas
del caudaloso río bonao, volátil,
con un plumaje de palabras coquetas le dan oído
a los guacamayos de las agrestes reservas.
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Caonabo toca su violín y llueve
en los haitises, en Constanza y en Jarabacoa;
¿acaso no se ha empapado el pecho de Anacona
con la dulce melodía del violín de Caonabo?
Y ahora es el pecho de una princesa enamorada....!
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