Hemos llegado a la Donaira,
aquí hace tiempo ya estaba nuestra casa;
en el oriente del levante, aire repugnante
pero sano y desconcertante.
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Las mujeres de los ganaderos veían pasar
las nubes cenicientas, por los abruptos montes
había plantas muy distintas como:
el quercus, algarrobos y pardas encinas.
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Y era la voz del monte que nos llamaba,
helechos y jóvenes cervatillos los que en la mañana
nos llamaban: antiguas eran las cabañas de los pastores;
de humeda entrañas, bajo los árboles de sangre
y pájaros amarillos, que en los montes trinaban.
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Se alzaban bruscamente las empinadas montañas
que regaban las fuentes con sus frías y cantarinas aguas,
pero ricas como ningunas..que pena
las extraviaron, y ahora sacan muchas aguas profundas,
-pero calientes y malas-.
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Y se lamen sus palabras, los árboles se erguían
en los huertos y había olor a azahar,
a albahaca, a tomillo y a romero, y las lluvias
antaño eran generosas.
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En las madrugadas cantaba la perdiz
el gallo y el mericano, para avisar al bollero
que fuera alimentando el ganado, que desayunen
y unzan las yuntas que el trigo ya esta lipado...!
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