Las manos grandotas, huesudas y pecosas,
de aquel abuelo mío materno;
que lo mismo te curaba una pequeña herida
que cortaba una gardenia para la abuela.
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Las manos más pequeñas, pero igual de huesudas
y secas de mi ya anciana abuela materna;
que lo mismo que te daban un contundente apargatazo
te daban unos ricos roquillos con azúcar y canela.
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Esas manos de mi abuela, que una vez fueron
frágiles y finas, como dos filigranas de plata fina;
con su anillo de diamante de desposada en su dedo
anular izquierdo.
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El abuelo Miguel, con su tabaquera de fino cuero
repujado de becerro, y como cualquier romántico
que se precie, la foto de los dos tortolitos
por dentro, ¿Donde habrá terminado
aquella tabaquera de mi difunto abuelo?.
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Allí envejecieron los dos, cogidos de la mano
en aquella huerta: -llamada, huerta de los prados-
mi mamá heredó las manos de mi abuelo Miguel, huesudas..
-o serían así, de tanto trabajar-.
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Manos que tal vez fueron creadas para acariciar
joyas y ricas sedas...!
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