Desde la exhalación de estos peces cautivos
privados de su deseada libertad en ese mundo
de cristal, en el intentan vivir aunque
ahí le den el pan, ellos prefieren su libertad.
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Miran la inmensidad de la mar con sus ojos
ornados de arena vítreas,
la quietud de los corales y los jardines de la mar;
han fundado sus hogares en la piedra,
han abierto sus lechos que tocan y reblandecen.
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Dicen de los juegos tranquilos y alegres
que deslizan al borde, a las orillas
lentas de los ocasos, de sus labios redondos,
ojos inexpresivos de piedra fina.
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De la espuma que arrojan, del aroma que vierten,
-en los atrios: las velas, los amarantos-
sobre las caras de bobos que suelen poner,
sobretodo los humanos pequeños cuando los observan.
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En la noche cuando todo se queda en silencio,
ellos se acercan al mármol y al cristal
frío y frágil y se dicen: que este mundo
artificial y absurdo de los humanos.
es una verdadera "mierda".
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La luz del sol tan bella, es artificial,
viven y se alimentan artificialmente,
con los productos tan ricos y naturales
que le ofrece desinteresadamente
la madre naturaleza: -y ellos en una pecera-.
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