Vine a Córdoba para escribir poesía,
sin idea fija al principio;
y me encontré una mezquita
y este montón de amigos, que en Córdoba vivían.
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Una mezquita con infinidad de columnas
todos distintas y todas parecidas;
muchos minaretes truncos,
unas cuantas tumbas y la estatua
de dos bueyes, reventados por el trabajo.
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Memorias de varios poetas que por aquí pasaron
y yo quise beber de su plumas;
los nombres de Boadil III, y su linaje,
arcos de medio punto, totalmente árabes.
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Encontré el viento de los cien días,
en mi tierra llamado: levante o, solano;
amigo se dice: del hortelano,
todas las noches Cordobesas las cubrió de arena .
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Acosó mi cara, me quemó los párpados,
en la madrugada:
dispersión de pájaros,
y ese rumor de agua que baja de la montaña,
que son los pasos perdidos de los cordobeses.
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Pero el agua sabía a nieve,
murmullos árabes entre las columnas;
apariciones y desapariciones, entre los arcos....!
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